lunes, 4 de mayo de 2015

...



Oda a la nada. Al terror. A la ingratitud. Al vacío. A la oscuridad. A Caer. Caer sin saber cuándo parar ni qué hacer para sobrevivir. Pensar en que hay que inspirar y expirar para que el oxígeno circule por cada rincón de tu cuerpo porque de lo contrario podrías fracasar en tu estúpida misión que aún no tienes clara. 

Sentirte tan plano como un papel en blanco. No ver más allá de tus días grises. No saber qué hacer ni de qué forma porque todo lo que intentas no sirve de nada. Un momento. Un segundo. Sabes que volverá y permanecerá mucho más tiempo que cualquier otra emoción. Te sientes perdido y desubicado, como si el mundo no tuviera sentido, como si nada encajara a pesar de que todo parece ir bien. Parece, porque no es así. Sigues llorando por cosas insignificantes e incluso sin razones, porque cualquier excusa es buena para liberarte de alguna forma de lo que te está oprimiendo por dentro. Lloras y lloras hasta que tu cabeza está a punto de estallar y te recuerdas el ser que eres, una y otra vez, sin pausa ni final, las mismas palabras que has memorizado con los años para tu propio confort. 

Y sigues cayendo, cansado, pensando que tienes que hacer algo porque te está superando por todas partes. Porque te alejas del mundo real y te encierras de nuevo en tu cueva húmeda y fría donde nadie puede rastrearte. Pero por suerte eres alguien valiente y decides cambiar. Cambiar algo. ¿Y qué haces? Dejas de comer, aunque eso es algo que te supera, proponiéndote hacer una comida al día que decidirás si vomitar o no. Pasa un día, dos e incluso una semana. Y más. Lo logras. Bajas de peso y notas cómo los huesos se yerguen valerosos por encima de la carne, más que antes. Y eso está bien o al menos lo crees.  

No tienes metas pero haces tu mayor esfuerzo por hacer pequeñas cosas a diario para no acabar de hundirte. Intentar volver a tus hobbies, que no son pocos, pero más de una vez ni la energía ni el humor están de tu lado.

De nuevo estás perdido y te cuestionas si no es la vez que más tiempo y más deprimido has estado y que, quizá, estarás. No ves la salida. No sabes qué hacer. No tienes fuerza. Te sientes solo cuando no deberías. No quieres salir de casa. No quieres hacer nada, solo dormir y abrazar a tus mascotas que parecen ser las únicas que te entienden y deciden estar contigo.

No encuentras la fuerza. No ves el final del túnel. Todo es opaco y frío. Nada tiene sentido, ni tan siquiera tú. Ni tú. Ni nadie. Ni nada.


miércoles, 8 de abril de 2015

Vaciar la mente



Intento ubicarme en alguna parte de la nada. Intento, con todo mi esfuerzo, seguir el camino correcto del que todos hablan. Intento, inútilmente, proseguir sin titubear, con la cabeza bien alta y fingiendo que no me arrepiento de nada. Que soy quien creen que soy. Que no me importa nada. Que mi vida es totalmente cristalina, llana, fútil. 

Una vida entre un camino de rosas que florecen una y otra vez, como si el tiempo y el espacio no tuviera cabida en un plano terrenal. Como si, de alguna forma, una pieza tan hermosa y frágil no pudiera llegar a quebrarse con tan solo mirarla. 

En primaria una profesora nos mandó a escribir para el que era nuestro mejor amigo un relato. No me acuerdo mucho de qué puse exactamente pero se lo dediqué a la que hasta hace relativamente pocos años fue una chica cercana a mí. Y siempre recordaré que fue una especie de poema y comparé nuestra amistad con una rosa. Ella se puso a llorar delante de todo el mundo y la profesora me felicitó, pero me dijo que "las rosas marchitaban con el tiempo". Y yo asentí pero tampoco pensé en ello. Era un niño y los niños no suelen preocuparse por ese tipo de cosas. Pero ahora sé que tenía razón y que a veces, las cosas más hermosas, permanecen solo por tiempo limitado en su estado hasta que marchitan y solo queda el recuerdo de su aroma. 

He dejado mucha gente atrás, casi siempre por decisión propia o mutua. Jamás he experimentado el rechazo y eso, en parte, me ha ayudado a no poder comprender qué sienten los demás cuando les hieren. Imagino que debe ser doloroso. Imagino que debes sentirte herido y traicionado. Imagino que debes culparte a ti y a él; a ambos. Imagino que te preguntas muchas cosas.

Creo que he sido injusto con mucha gente. Pienso que algunas situaciones, usando el diálogo debidamente, podrían haberse solucionado. Creo que si yo fuera capaz de sentir esas cosas me resultaría doloroso que alguien a quien quiero y aprecio me tratara así. Lo único que me recorre es la decepción; decepción cuando alguien me falla. Y esa decepción me lleva a la apatía y al desinterés. 

Errar es humano y yo acepto los fallos, pero depende de cuáles y bajo mi propia evaluación moral. Y eso, para ellos, tampoco es justo.

A veces me pregunto cuándo finjo y cuándo soy realmente yo. Siempre he intentado aparentar ser feliz porque cuando tenía doce años no quería que mis padres se preocuparan por mí. No quería porque suponía que eso sería una carga que ellos no merecían, así que crecí en dos partes, donde una de ellas era mi rostro hacia la sociedad y el otro cuando yo podía escribir lo que sentía cuando estaba solo. 

Y sí, me adapté al mundo y a las personas porque creía que era lo correcto. Lo que debía ser. Seguí siendo agradable y bromista con todos, incluso con los que estaban mal para que al menos, de alguna forma, su carga fuera levemente inferior y que tuvieran con quien hablar. 

Pero ser así solo me ayudó a encerrarme y a cuestionarme por qué casi nadie -excepto alguna gente por Internet-, sabía nada de mí. Por qué no me ayudaban. Por qué no veían dentro de mí cuando yo veía a los demás. Y mi mente de semi-adolescente no podía procesar esa información así que me recluía dentro de mi mundo a la vez que intentaba complacer a los demás. Los culpé. Me culpé. Intenté sobrevivir a relaciones que ya estaban muertas desde un principio, autoconvenicéndome de que eso era lo normal y lo que había que hacer para tener una vida digna como cualquier otro. Aguanté. Retuve mis instintos. Intenté cambiar. Intenté ser más como debía y no lo que era. Intenté empatizar. Intenté amar. Lo intenté más de lo que he intentado nada en este mundo. E incluso me lo creí. Pero las mentiras piadosas no son más que mentiras y con el tiempo se desintegran entre el espacio y tiempo, evaporando cualquier rastro de lo que hubiera podido ser. Y al final todo se rompe y se esparce entre las nubes, volcando el viento y perdiéndose en el infinito, hasta que la rosa desaparece y algunos logran recordarla en sus momentos de lucidez.

¿Cuánta gente me ama?

¿Cuánta gente me odia?

¿Quién tiene razón?

Y eso me lleva a preguntarme qué hago aquí. Para qué estoy aquí. Hay gente que pasa desapercibida en la vida y que no viven más que para amar. Otros para destacar. Y algunos pocos no estamos ni aquí, ni allá. Respiramos sin metas hacia un futuro incierto, envueltos en cáscaras, cuestionándonos estupideces poco productivas que no llegan a ninguna parte. 

No me gustan estas épocas de vulnerabilidad inaudita. Me siento débil y demasiado frágil. Me siento realmente triste y deprimido, cayendo en picado. Me siento con pocas ganas de vivir y solo espero que pasen los días y esta racha desaparezca al igual que llegó, entre susurros y versos.

Solo quiero un momento de paz. 
Un segundo. 
No pensar. 


viernes, 27 de marzo de 2015

Hello, my name is over



Había escrito muchas cosas, pero el resumen es éste:

Bullshit


No quiero saber nada del mundo ni de nadie en concreto. Estoy cansado, mucho. Siento que no tengo fuerzas y solo quiero dormir. Tengo los brazos y piernas entumecidos. Me siento como un grano de arena. Me siento mal. Quiero cambios pero no tengo la fuerza necesaria para llevarlos a cabo. Siempre me digo que mañana será un día mejor, pero no. Ni mañana, ni pasado. Ahora mismo necesito centrarme en lo mío que es comer y vomitar porque la ansiedad no me permite no-comer. 


******

Ayer tuve un sueño y desperté entre sudor y lágrimas. El pánico se sumergió entre mis nervios y anduve hasta delante del espejo; allí observé mi pelo desaliñado y mis ojeras pronunciadas como volcanes. Apreté el puño y corrí con el corazón en la mano hasta tu habitación. Pero ahí seguías, entre las sábanas, con el apacible rostro inmerso en la almohada y los ojos cerrados.
Me acerqué lentamente y besé tu frente con suavidad. Deslicé mis dedos por tus labios fríos y recorrí tus mejillas impregnadas de rubor por el colapso de sangre inmortal. Respiré tu aroma y acaricié tu mano. Arropé tu alma. Muy suavemente, como si fuera un secreto; nuestro secreto.
Susurré palabras cautas. Destripé mis emociones poco a poco y con cautela por si hubiera algo incierto en ellas. Adoré tu belleza en el más ingrato silencio. Mordí tus sueños. Calmé tu tristeza.
Te amo. Te amaré entre jaulas de carne y hueso, más allá del bien o el mal, de la Vida o la Muerte, de los sueños o la realidad. Te amaré por quien eres. Aún cuando la luna estalle y las nubes desciendan seguiré entre el espacio y tiempo luchando por una causa perdida que nunca podré admitir.




martes, 17 de marzo de 2015

Por qué amo vomitar


(Cachorrita. Siento la calidad de la foto... Pero el día daba asco)

El tiempo transcurre de forma incesante y a su vez estrangula cada una de las raíces que ya permanecían fuertemente atrincheradas bajo tierra. Las cosas cambian y es un ciclo inevitable que se extiende más allá de las nubes. Somos pequeños y vulnerables. Somos, simplemente.

Y no puedo quejarme porque ya llevo dos semanas en la nueva casa que es, para mí, fantástica. Y no solo eso si no que se une a mi madriguera otro peludo ser para que mi primogénita no se sienta sola. Ambas abandonadas por la mano de algún humano y ahora en una casa en la que pueden permanecer tranquilas. La he llamado Naga; porque sí, porque me gusta y mi otro bicho también tiene un nombre relacionado con el hinduismo - Shiva. Los animales me hacen sentir cosas y me dan una paz que un humano es incapaz. Se lo agradezco mucho y creo que la mejor forma de devolverles lo que hacen por mí es dándoles lo que no han tenido. Y no quiero hablar mucho de ellas porque realmente consiguen ablandarme y me dan ganas de comérmelas.

Por otra parte tengo una salud perdida. Me siento muy cansado todo el día y me voy arrastrando por todas partes. Duermo en cuanto tengo un hueco de tiempo porque es lo único que me apetece. Tengo unas ojeras que asustan pero, ¡en fin! Qué le vamos a hacer, vomitar no ayuda, y yo intento no hacerlo tanto y compensar no-comiendo, pero al final es lo mismo: carencia de hierro, carencia de B12. 

Quiero ponerme a escribir y a dar vueltas a las cosas pero no me siento con ánimo de hacerlo. Porque sí, escribir para mí requiere de tiempo (y probablemente esta entrada estará mal estructurada y con incoherencias, btw) del cual no dispongo. 


Solo deseaba poner unas listas de qué es lo que realmente me impulsa a tener un TCA, a no comer y a vomitar. Más que a tenerlo, a no dejarlo. Porque si algo es cierto es que no nos obliga nadie, pero la mente es la mente y al final no hay mucha diferencia entre una adicción con la cocaína o con la comida. Es más, probablemente es mejor lo primero teniendo en cuenta que si consigues salir, con no volver a probarlo lo tienes ya todo solucionado, pero la comida... Fuck it.



Por qué amo vomitar


  • Control. Da sensación de control. Del peso, principalmente.
  • Cuando bajas de peso te alegras. El mundo pasa a ser rosa durante un día o al menos la mitad de éste.
  • Si piensas que el día anterior has comido mucho pero sigues con el mismo peso o incluso menos, también recibes una dosis de alegría.
  • Cuando tienes ansiedad y palias la sensación comiendo, una vez lo echas, sigues quedándote satisfecho. En caso contrario se repite el proceso.
  • Los huesos cuando asoman bajo la piel. Cuando te mueves y las clavículas acompañan en cada movimiento. Cuando los tocas y son duros, rígidos e incorruptibles. Me gusta esa sensación.

Por qué odio vomitar

  • Controla tu vida. No eres tú el dueño de lo que ocurre ni de cómo ocurre. Se instala en tu cabeza hasta que sucumbes y ves lo estúpidamente débil que eres. 
  • Niveles descompensados. Mis últimos análisis estaban al borde del mínimo en casi todo y como destacable la anemia (la B12 no porque tomé pastillas para que al menos eso no saliera). 
  • Provoca problemas a nivel de salud interna. En mi caso lo que se ve más afectado es el estómago. No puedo comer muchas cosas porque no las digiero. Comer un plato normal es imposible, no cabe.
  • No puedes salir a comer fuera de casa. Es un infierno. Si un come-hierbas lo tiene difícil, sumando el TCA ya es misión imposible. Me siento mal. Me siento culpable. Y según qué me provoca problemas de digestión que desencadenan en hinchazón extrema y dolor abdominal, eso hace que después me sienta demasiado pesado como para andar.
  • Reflujo gástrico debido a vomitar durante tantos años. En épocas de ansiedad y malestar general es cuando hace presencia. Aquí podemos introducir las heridas internas del esófago y el vomitar sangre a veces.
  • Controla tu humor. Tu día empieza en cuanto subes los pies sobre la báscula. Si un día no te pesas, te sientes el triple de culpable y genera aún más ansiedad.
  • Cuando se te marcan mucho los huesos sabes que eso no se ve bien, al menos para el resto de personas. Aunque los ames no significa que sean algo realmente bonito. 
  • El acto en si de vomitar es algo que nunca me ha gustado. Cuando intentas sacar la comida y no hay forma de que salga, tus dedos dan vueltas incesantes por la garganta hasta que lo echas, haces el esfuerzo y más de una vez incluso se te caen las lágrimas en el proceso. No me gusta. Muchos días decido no hacerlo porque me da pereza pasar por ello. 
  • Mucha gente se encargará de recordarte que estás muy delgado, que tienes mala cara o que estás muy pálido. Otros pensarán que eres la cosa más linda del planeta y aunque no te conozcan te lo dirán; pero sea como sea tú acabarás diciéndote que no saben nada de ti y que si luces como lo haces es porque eres un puñetero enfermo. Así que pueden guardarse sus palabras para ellos porque no sirven de nada.


  • Te planteas si el día de mañana vas a morir de esto y será demasiado tarde para arrepentirte. Te dices que deberías cambiar y dejarlo, pero simplemente no puedes. O no tienes la fuerza suficiente para ello. Y acabas diciéndote que es lo que hay. 

No quiero estar mucho más rato pensando en pros y contras, pero obviamente el lado negativo pesa más que el positivo (que no es del todo así), así que me encuentro en el mismo punto de siempre, totalmente perdido y opaco. Y si algo sé es que conforme los años lo vas aceptando y piensas que es normal cuando no lo es; se instaura en tu vida, se acomoda, coge un sitio desde donde ver todo el paisaje y disfruta de lo que quiere. De ti mismo.

Y hoy me siento terriblemente mal por tener un kilo más encima respecto ayer. Y sí, sé que no es real, pero cuéntaselo a mi cabeza... 

Hoy me siento vulnerable, pequeño, estúpido e inútil. 

Hoy me siento como si me estuviera suicidando emocionalmente.








martes, 24 de febrero de 2015

Porque sí



Buena compañía. Buena música. Buenas conversaciones. He pasado unos días fuera del país y ha sido interesante. Siempre me ha gustado viajar y conocer otras partes, aunque sea por poco tiempo. Ahora tengo que preparar la mudanza porque el domingo cambio de zona y de casa; un sitio más urbano y una especie de loft de dos pisos con muebles de diseño (lo que me gusta, vaya. Poco mueble, ordenado y bonito a la vista). Así que toca empacar todo... Ahí vamos.

Hoy me he puesto estúpido leyendo una conversación de hace cinco años que guardo en mi anterior blog. Una conversación que yo creo que es más afín con Romeo y Julieta que con la vida real. Prefiero no ponerla porque me da hasta vergüenza. Una persona que durante un tiempo me hizo pensar que ser como soy no es tan horrible como creía; que me dijo que a pesar de ser una mierda de personas merecíamos algo más de lo que pensábamos. Una persona que como yo no tenía ni metas por las que vivir ni sueños que cumplir pero que sin embargo seguía respirando. Que prometió quererme pasara lo que pasara por y para siempre porque era idiota (lo siento, no encuentro ninguna razón. Si ahora soy insoportable antes tenía que serlo más...). Pero para gustos, colores. Y esa persona hoy en día sigue en mi vida, viviendo en la misma casa y tolerando mis tonterías a pesar de que le he llegado a dañar más de lo que cualquier persona podría soportar.

Así que por ti y porque me da la gana: Gracias :) No suelo decirte estas tonterías porque se me da un poco como el culo pero me gusta verte cada día. Me gusta cuando nos reímos hasta llorar. Me gusta que discutamos de política, religión, música o temas estúpidos. Me gusta porque vivimos en paz en una burbuja y ajenos al mundo con perspectivas muy parecidas. Me gusta porque a veces no tengo que hablar para que tú sepas qué me ocurre. Me gusta porque aceptas lo que pienso y cómo lo hago, aunque eso pudiera ser hiriente para mucha gente; y eso a su vez me hace sentir cómodo. Me gusta porque te preocupa que me muera pero aún así me dejas elegir sin imponerme nada.

Te aprecio. Probablemente tú me otorgas más de lo que yo te doy y de lo que te podré dar nunca por mi incapacidad a todo lo relacionado con la apatía y la forma de sentir las cosas, pero aún así eres de esas pocas personas que valen la pena y que aunque nadie lo perciba porque no te gusta destacar, eres especial. A tu forma. A tu manera. Y seguramente te heriré aún más conforme pase el tiempo, pero también sé que no te despegarías de mí aunque llegara el apocalipsis zombie (¿te imaginas?) 

Así que por favor quédate donde estás y recuérdame de vez en cuando que no soy tan malo. Que la vida no es tan injusta y que seguirás quemando croquetas cuando te pongas a cocinarlas (y me da la risa cada vez que lo recuerdo y rememorizo lo indignado que me sentí porque se te carbonizaran).

Y no sé qué más escribir. Solo gracias de nuevo por ser quien eres y soportar mis tonterías con el peso, el mal humor, cuando te regaño, cuando me indigno y me callo; por todo, creo yo, que sigo sin entender cómo narices puedes lograr convivir conmigo.

Gracias idiota.



martes, 17 de febrero de 2015

Literature



Estoy totalmente OUT. Debo dedicar tiempo a la gente que he dejado en España y a la gente nueva de aquí para hacerme un hueco y ser visible (para variar), así que simplemente dedico toda mi energía a conversaciones estúpidas que no llevan a ninguna parte pero que parece que les gustan. Las cosas funcionan igual en todas partes.

Fuera de todo esto, el viernes pasado decidí hablar con un colega que vivía en mi pueblo. Es alguien con que interactuo de forma regular porque tenemos intereses comunes (películas, videojuegos...) y al que quería decirle hace muchos años sobre mi otro lado. Mi otro yo. Después de aguantar muchas malas palabras de mi parte, situaciones y épocas en las que básicamente yo desaparecía a pesar de vivir a dos calles, creo que se lo debía. Le hice un resumen muy resumido y creo que se quedó en shock. Me dijo que algo suponía que me ocurría pero que ni de lejos podía imaginar tantas cosas y que ahora entendía mejor muchas situaciones o épocas (después de todo fuimos 'amigos' muchos años). Obviamente se lo conté porque sé que no se lo va a decir a nadie y porque en el fondo sé que estando al otro lado del mundo estoy a salvo de cualquier problema que podría surgir (aunque sé que no ocurrirá). Me dio las gracias y se acabó. Desde ese día hemos hablado como siempre lo habíamos hecho, como si nada ocurriera, aunque probablemente más de un momento le de un poco a la bola y se ralle con todo lo que le dije. 

Pero es lo de siempre, quién podría ver entre versos. Quién podría saber que bajo esa sonrisa y buena fe hay lo que hay. Creo que solo un tipo de persona; el tipo de persona que está igual de enferma que quien está observando. 


Ciego y torcido,
perdido en un desierto,
amargo y tenue como un árbol opaco,
enredando vórtices infinitos y doblando cristales,
entre suspiros entrecortados y desdibujados.

Sauce muerto,
libertad troncada,
hojas que caen y se pierden en un mar lejano
mientras los hilos crujen bajo huesos oscuros,
lúgubre sentir, momento y espacio
donde los gritos se ahogan y las voces enmudecen.

No hay paz para ellos,
ni tan siquiera en los reinos más lejanos,
donde no solo se aletargan las almas
si no que plañen entre aullidos mudos.

Vivir la voluntad de un Dios
que no ha demostrado ser digno de devociones,
ni tan siquiera de un rezo muerto,
pues falló y herró como un humano lo haría.

Perdido y sin raíces,
ahogado entre deseos ya lejanos,
desteñido y ausente en un lugar remoto 
donde nadie alcanza a ver
ni el más pequeño fulgor.

Quebrado,
fracturado,
rasgado,
roto y extraviado,
en un mundo donde nadie le ve,
donde los pájaros son sordos y las nubes ciegas,
donde las sogas cuelgan y el viento acalla,
donde no hay refugio,
ni paz,
ni tan siquiera vida.

Un perdón sin sinceridad,
una lealtad marchita
junto el peso de la soledad entre brazos lacerados
y palabras acalladas.

 Vivir,
vivir y sentir,
tan dulce y frío,
tan suave e impío,
tan duro y exhaustivo,
tan propio de ti;
de mí.
De los dos.

Mi Dios carente,
mi afable apatía,
mi amor en versos,
mi necesidad y hastío
que trunca palabras y escupe sangre
embadurnando sentimientos
que creías inexistentes.

Fuiste desterrado y lacerado
desde fuera hacia dentro,
corrompido como el propio Nybras,
arrastrado al infierno y devorado
mientras yo aguardaba en un lecho de navajas
y oraba al mismo Dios que me traicionó.

Deidad y humano,
eternidad descompuesta,
susurros depravados entre alcobas perdidas.
Tacto áspero.
Gemidos angostos.
Amor estrecho.
Movimientos serenos y pasos suaves.

Vomita tus versos;
tus colapsadas lágrimas;
tu más ingenuo deseo.

Agárrame entre tus brazos,
rómpeme.
Haz lo que debías hacer.
Sé quien debías ser:
Un Dios.
Un Dios digno que derriba lo que ama.
Un Dios capaz de destruir con tal de sobrevivir.

Un Dios humano.
Más humano que cualquiera.




lunes, 9 de febrero de 2015

Mons☨er




Intento hacer las cosas correctamente; como Dios manda, dirían algunos. Lo intento de verdad. Alejo como puedo los pensamientos negativos e intento no darle demasiadas vueltas a las cosas. Vivo el momento. Intento no vomitar tanto aunque hacerlo provoca que no coma (y es algo muy difícil para mí, os lo aseguro), pero un solo momento de flaqueza inevitable hace que devore todo cuanto pueda y lo vomite. ¿Por qué? Porque si no me entra tal desánimo que me puedo tirar horas mirando fijamente la pared mientras me martirizo pensando en el número, que después de todo mi parte semi-lógica dice que ese quilo de más es producto de una ensalada y del agua que he bebido; pero la otra parte piensa que un quilo es demasiado, así que todo se va el garete y parezco una máquina que repite las mismas palabras: Estoy gordo

Soy una persona que tiene pocas fotos, sobre todo con otras personas. Nunca me han gustado. Las odio. Odio verme porque empiezo a sacar un defecto tras otro, hasta el infinito. Sin embargo este año pasado he intentado hacerme un poco más tolerante y eso conlleva a tener fotos con amigxs. Me veo al lado de los demás que, para mí, están correctos de peso y yo, obviamente, parezco un insecto a su lado. Pequeño. Poca cosa. Y veo que mi percepción es totalmente errónea (lo confirmo, más bien). Pero es ponerme delante del espejo de frente, de lado o haciendo el pino y me veo como un mamut. Y odio esa sensación porque agobio a los demás a preguntas estúpidas sobre mi peso donde todos acaban diciendo lo mismo: "Estás bien. Estás delgado. Eres poca cosa". Y eso me toca los huevos porque me siento engañado. Busco que me den la razón cuando no la tengo. 

Cuando me enfado mucho, como (de momento) he dejado los cortes, me da por clavar las uñas en el brazo a base de golpes. Generalmente solo quedan los arañazos o retazos de sangre, pero no, esta vez tengo un moratón que ocupa la mitad del brazo que parece un arcoiris. Y supongo que tengo que dar gracias de desatar la rabia conmigo mismo y no con los demás, porque de no ser así no sé dónde acabaría ni cómo.

Me da miedo el hecho de pensar que puedo dañar a alguien físicamente. Pánico. Pavor. Solo ocurrió una vez y fue en medio de una pelea con una ex, básicamente porque estábamos discutiendo y mientras lloraba y me gritaba lo insensible que era le daba por agarrarme de los brazos y tirar de ellos para que le hiciera caso. A pesar de todas las veces que le dije que no hiciera eso y no me tocara (porque me pone de muy mal humor en una situación así) continuó con ello, hasta que la empujé para separarla con la mala pata que le partí el labio. Creo que esa noche acabé peor yo que ella (incluso creo que terminó consolándome porque yo creía que me iba a morir). Intento pensar por qué me aterra algo tan simple si nunca he tenido una experiencia en un ámbito similar y cuando he hecho daño (y hago y haré) psicológico como para escribir un libro sin importarme ni un ápice; al final siempre llego a la conclusión de que tengo miedo de mí. De dónde podría llegar sin ese límite y sin los remordimientos que parecen no existir en mí.

Porque sí, ese día me sentí mal. Estúpidamente mal. Pero lo peor es que no me sentí mal por ella sino por mí, porque incumplí mi código y me autodecepcioné; aún siendo un accidente. Siempre he pensado que nadie tiene derecho a decidir sobre otra vida, ni tan siquiera la de un animal, pero por otra parte soy seguidor de cualquier asesino en serie que capte mi atención hasta el punto de aprender su vida y entrevistas (presupongo que siento curiosidad por una mente así).

Somos frágiles. Vulnerables. Somos la ceniza que se esparce en el cielo y desaparece sin dejar rastro. Somos carne y huesos. Somos parte de un destino totalmente incierto que no tiene nombre ni voz. No tiene nada

No hay nada.
Ni aquí.
Ni allá.
Ni en ninguna parte.
Solo polvo.
Viento.
Soledad.